Me sobresalta la noticia, quizá por lo escueto, quizá por la
frialdad, quizá por la indiferencia con la que parece que lo recibimos y por
otras muchas razones…
“…El número de fallecidos por suicidio
aumentó un 11,3% durante 2012, según los datos que ha publicado el Instituto Nacional de Estadística (INE)….”
. “…un total de 3.529 personas murió por
suicidio en 2012, 2.724
hombres y 815 mujeres”, si el porcentaje hubiera
subido en la misma o similar proporción en 2013, en este momento estaríamos
cerca de los 4.000 fallecidos por suicidio, que se hayan reconocido como tal…
Ya sé que me enfrento a un tema
tabú…, que parece que resulta molesto y del que se sigue hablando, como entre
paréntesis, quiero decir en voz baja. En muchos casos resulta vergonzoso o
parece que hay una culpabilidad más o menos escondida que lo tiñe todo, pero es
un hecho, es una realidad cotidiana en todo el mundo, con más o menos
incidencia… no distingue edades, sexo, culturas, educación, credo o clase
social. Cuando el sentido de la vida se ha perdido y se reúnen las fuerzas o la
insensatez necesaria, el suicidio, pasa de ser una idea a un hecho ya
irremediable. Casi 10 personas al día, es la principal causa externa de mortandaz en España.
La diferencia entre hombres y
mujeres es abrumadora… es comprensible que las mujeres en general, se
encuentren mucho más preocupadas por la calidad de vida, por sus semejantes y
sobre todo, por una mucho mayor capacidad de tolerar el sufrimiento, que la de
los hombres.
Un acto de suicidio, es el acto
más contundente y extremado que una persona puede tomar, desde los muy cobardes
hasta los muy valientes. No hay términos medios, la línea de división entre el
argumento para continuar luchando o saltar a un vacío desconocido es tan fina,
que cualquier motivo puede ser suficiente para inclinar la balanza hacia uno u
otro lugar. Pueden ser un cúmulo de situaciones, ante las que no se encuentra
salida posible o puede ser uno solo el
motivo tan impactante que no existe capacidad de reacción, no hay herramientas
posibles para conseguir superarlo. En otras ocasiones, la lucha es tan continua,
la vida tan persistente en situarnos en situaciones tan injustas, tan
irracionales, tan asfixiantes que la
elección entre continuar luchando o darse por vencido acaba por provocar un
final, en donde nunca se sabe dónde está su último punto. Yo sé bien de lo que
hablo.
Probablemente nadie sea
responsable del suicidio de otra persona, pero todos tenemos un poco de
responsabilidad común, en favorecer un mejor clima emocional, en proporcionar
una puerta abierta, una mano tendida, aún sin conocernos. En muchos casos, son
mucho más eficaces los apoyos “anónimos” que los de los más cercanos que no
aciertan a comprender el cómo, a responder a preguntas no formuladas a las que
no se tienen respuestas.
Lo más dramático, dentro del
dolor de la pérdida por quien se puede tener cerca, es que socialmente tiene un
matiz oscuro, como culpable, entre doliente y vergonzante. Al igual que no hay
enfermedad vergonzosa, ningún suicidio puede serlo, por más que se revista de “pecado”.
¿Quién puede ser más inocente que el que no ha sabido aprender a vivir en esta
vida, quién puede ser más merecedor de perdón que el que ha quebrado su aliento
para sobrevivir…?
Cientos de campañas
contra el consumo de unos u otros productos… sobre los accidentes de tráfico,
sobre la seguridad e higiene en el trabajo incluso sobre las víctimas en
guerras y en desastres naturales, pero ¿cómo se combate el índice creciente de
suicidios…?. ¿Efecto colateral de esta mal llamada crisis? . ¿ Debemos
considerarlo como un acto más, consecuente con la vida y asumirlo sin más…? .
El clima continuo de desilusión, de desánimo, de que nada vale nada, que nada
importa, que nada tiene solución, ¿se crea?, ¿se alimenta de forma interesada?.
Cuando ni tan siquiera con las químicas de las farmacéuticas encuentran alivio
y los antidepresivos son uno de los 5 fármacos más vendidos en todo el mundo
¿se puede seguir mirando para otro lado a los más de 3.000 muertos en un solo
año por propia voluntad?.
No quiero despedirme, sin hacer
un llamamiento a superar la capacidad de sufrimiento, a superar los momentos
más bajos, más difíciles, a ofrecer el aliento suficiente como para darle
tiempo a la vida, a la VIDA, a compensar por el dolor, a ofrecer la otra cara
feliz y alegre que tiene esta misma vida. Darle una oportunidad más a la vida,
cada día. Ser un poco más junco y menos chopo quebradizo, dejar fluir sin
enfrentar, cuando la fuerza de la desgracia es mayor que la propia. Aprender a
quererse… escucharse, perdonarse para dar oportunidad a otro Juez Superior a
hacer su trabajo cuando deba hacerlo.
La muerte, siempre puede
esperar, siempre que no corra prisa…